domingo, 12 de julio de 2009

Se amplia y enriquece el espectro de amigos

El artista español Diego Ortega algarra

Me siento privilegiada porque he logrado sostener vínculos de amistad,con
amigos@s.
A través de esos fuertes pilares emerge el puente que acrecienta el espectro de amigos, cercanos en el afecto, otros lejanos en las distancias geográficas.
Entre esos amigos se encuentra Ricardo Calanchini quien me acerca a su amigo.
Compartiendo un rico té y un diálogo más rico aun por su contenido me habla de su amigo Diego Ortega residente hoy en Málaga (España) con quien ha compartido largos tiempos cuando Diego residía en Sudamérica, posicionado en primer plano por su talento y producción escultórica y pictórica haciendo énfasis Ricardo en la generosidad y humildad de este gran artista.

He considerado que el nombre de Diego Ortega Albarra unido al de otros artistas jerarquice mi blog.
Diego Ortega Algarra


Nace en Valencia, de padres malagueños, vive seis años en Marsella, Francia.
Se traslada con su familia a Tánger, haciendo estudios de arquitectura y dibujo. Siendo un joven inicia sus primeros contactos en el mundo del arte estudiando con los pintores Elemer Golner, Ernesto Frioli y Janeth Chevallier en Brasil.
Es colaborador del maestro brasileño Clóvis Graciano en la ejecución de dos murales de gran tamaño pintados en los muros del Salón Noble de la Cámara Municipal de Sáo Paulo.
Contratado por arquitectos y prestigiosas empresas se dedica durante cinco años a la ejecución de murales en relieve en cemento policromado.
Desde 1979 transita la Escultura de bronce, instalando su propia fundición, viaja a Miami en 1985 participando siempre en exposiciones individuales y colectivas.







De la critica de Arte B. Berberijan Olivari

ARMONÍA UNIVERSAL EN OBRA DE DIEGO ORTEGA ALGARRA

En su extensa trayectoria artística, Diego Ortega, artista español que pasó unas largas temporadas de su vida en Brasil y Estados Unidos, recientemente regresado a su país natal, ha sido fiel a los dos fundamentales géneros plásticos: a la escultura y, en cuanto a lo pictórico, a la técnica de óleo sobre lienzo, haciendo de vez en cuando incursiones en el arte de mural también: sus creaciones de tamaños gigantescos decoran los edificios emblemáticos de las ciudades.… Dentro de estos campos se ha movido con una libertad absoluta, evitando con una impresionante habilidad la trampa de manierismo, que tan a menudo seduce a los artistas incautos: sus inquietudes le llevaron a tocar distintos estilos, desde el realismo, a través del surrealismo, hasta el simbolismo y la pintura metafísica.

En cuanto a lo temático, el reflexivo arte de Diego Ortega nos descubre la exquisita erudición del polifacético autor, cuyo imperativo artístico es una incesante búsqueda de la belleza a través del diálogo con las esferas, que se desarrollan en el ritmo del Sol y de las estrellas; en sus obras resuena y palpita la eternidad, lo absoluto que se identifica con lo bello, lo que él percibe en un preciso concepto schopenhaueriano como lo único que libera del dolor cósmico y da sentido a la existencia. Más allá de las experiencias mundanas, el espíritu creador de Ortega intenta penetrar en el secreto de la creación divina, buscar aquella luminosa raíz en la que yace el misterio y en la que todo empieza y todo termina, para plasmarla en sus obras cuan un demiurgo, y ofrecer al espectador unos micro universos que viven sus propias vidas dentro de la orbita de todo lo existente; su poético lenguaje plástico, compuesto de los símbolos que componen unas imágenes metafóricas de una gran hermosura, posibilita la materialización de las categorías metafísicas, la visualización de lo invisible, la definición pictórica de lo indefinible.

La armoniosidad del opus del malagueño radica en la armonía universal: su guía por la complejidad esférica es Apolo, la deidad del equilibrio, de lo bello, el dios del sol y de la luz, de la música y de la poesía; este ideal del Kouros, lleva al artista hasta Pitágoras y hasta la música de las esferas - la quintaesencia de la belleza-, iniciándolo en lo esotérico y quitando ante sus ojos los velos que cubren el gran secreto, uno tras otro, y uno tras otro. Diego Ortega no sólo que escucha la música celestial, él la ve y la transcribe pictóricamente con gran precisión en los instrumentos músicos que utilizan sus Anunciadoras, y que solamente existen en el críptico Mundo de las Ideas de Platón, desde donde el pintor los traslada a sus lienzos: son desconocidos a los mundanos, realizados de unos insólitos elementos que, en su conjunto, simbolizan la sinfonía cósmica.

Así ideado el sistema poético de Diego Ortega se desarrolla en una paleta, - fruto de su refinada sensibilidad cromática-, viva, pletórica y equilibrada, compuesta de los colores básicos en los que se revela la naturaleza en su estado más puro, y que se enriquecen y potencian mutuamente; dentro de ellos se perciben sutiles vibraciones líricas de un crisol de matices, que otorgan al cuadro una luminosidad que genera la metamorfosis de su cromatismo en una interpretación musical que resuena con gran vigor y belleza, sugerentemente, invitando al espectador a una profunda reflexión sobre la esencia de todo lo creado. De este colorido, puro, rico y sonoro, surgen las formas ordenadas según la geometría universal en unas composiciones armoniosas, micro proyecciones del prodigio de la génesis y del espiritus movens más elevado.

En cuanto a su opus escultórico, mientras la bidimensionalidad de lienzos le permite estructurar y expresar sus ideas a través de unos eidéticos complejos, bellísimos y contemplativos, la tridimensionalidad que condiciona la escultura, le lleva a trasponer el arquetipo de la belleza en representaciones de mujeres, el principio cósmico pasivo que, según la fórmula cabalística de recibir y dar, es el artífice y el garante de la preservación de lo más válido de la natura. Sus féminas, aunque esculpidas en un amplio espectro desde una visión realista hasta una rítmica transposición poética, son todas siderales, son unas auténticas diosas, hermosas, sensuales, dinámicas, auto conscientes, y conscientes de que están incrustadas en un maravilloso trasfondo estelar, formando parte de la inteligencia sublime.

La tan característica tactilidad, inmanente a la plástica escultórica, que crea una relación más íntima entre la talla y el espectador facilitándole a éste un contacto más inmediato con la intencionalidad y finalidad del autor expresadas a través de lo creado, en el caso de la obra de Diego Ortega se intensifica aún más, dada la exquisitez de sus formas, geométricas y sensuales, que se ofrecen en la plenitud de su fastuosa belleza tanto al sentido táctil como al sentido visual.

No obstante, en el arte de escultura este autor hispano – brasileño va más allá de la forma, cuestionando la constatación de Rainer María Rilke según la cual “el arte escultórico ofrece más que la palabra o la imagen, y que es mucho más elevado que el juego de la luz”, con la que el famoso alemán colocó esta clase de la expresión plástica en la cumbre de las artes materiales: al otorgar a sus piezas la pátina que contrasta con la superficie brillante produciendo un fulgurante cromatismo que resplandece diluyéndose en una mágica danza de sutiles destellos, Ortega demuestra que la luz no es el dominio absoluto de la bidimensionalidad, sino que también forma parte del carácter intrínseco de lo tridimensional, acercando y entretejiendo de tal manera estos dos géneros artísticos y manifestando que no justifica en absoluto la subordinación dentro de lo estético.

En resumen, la obra de Diego Ortega, este bardo del color y de la forma, el poeta de lo celestial, nos traslada de nuestra cotidianidad a las esferas más sublimes, demostrando una vez más que la noble esencia del arte es el punto referencial en la búsqueda del camino que lleva a la anagnórisis y a la vez a la catarsis, tan imprescindibles para determinar la posición del hombre dentro del Universo, dentro de lo infinito…

Branka Berberijan Olivari


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